¡Si, se puede! |
¿Por qué fracasa la educación emprendedora?
Mario Dehter
Desde hace 20 años se proclama en todos los ámbitos de la educación y la política la necesidad de estimular el desarrollo emprendedor en los estudiantes secundarios y universitarios.
Desde hace más de 10 años, existen iniciativas para comenzar a modelar “emprendedores” desde la enseñanza primaria. En los años 90 un estudio de la Fundación Kauffman encontró que el 60% de los estudiantes de secundaria, en EEUU, deseaban lograr convertirse en empresarios; pero, el mismo estudio, encontró que más del 80% manifestó no haber aprendido nada sobre el espíritu empresarial en la escuela. Otro estudio realizado por Junior Achievement, en 2011, obtuvo casi las mismas respuestas.
Si hoy repitiéramos estos análisis en Iberoamérica los resultados serían más discordantes entre el creciente reclamo de estimular al “espíritu emprendedor” de los estudiantes y la manera en que responde la educación —sobre todo del sector público.
Primero hay que evitar que lo urgente oculte a lo que es importante
En los últimos 8 años, con el agravamiento de los índices de desempleo en las economías mejor desarrolladas, la “formación de emprendedores” ha dejado de ser una cuestión “políticamente correcta” para transformarse en una demanda de “solución urgente”.
En la urgencia se confunde la diferencia entre el “emprendedor” como el “talante fruto de la cultura” que estimula deseos y alienta comportamientos de personas creadoras capaces de tomar decisiones autónomas para lograr sus propósitos, y el “talento integrado por competencias”, para planificar y gestionar empresas, que se pueden transferir mediante procesos normalizados de enseñanza-aprendizaje.
Recién, en los últimos 5 años se comenzó a poner el foco en el concepto “ecosistema”, que se puede resumir como el conjunto de instituciones públicas y privadas, leyes, pautas de comportamiento, usos y costumbres, creencias y mitos que forman el entramado socioeconómico regional que favorece o dificulta las oportunidades para que las personas que viven en él se puedan o no desempeñar como emprendedores creadores de empresas
En el fondo del problema subyace una cuestión: todos hablamos de lo mismo, pero no estoy seguro que todos asignemos el mismo significado a conceptos tales como “emprendedor”, “espíritu emprendedor”, “competencia empresarial”, “comportamiento fundador” y “cultura emprendedora”.
Aun cuando muchos supongan que ya se ha ganado la batalla para instalar la “formación emprendedora” en la educación, los indicadores del paro en Europa y la pobreza extendida en Latinoamérica parecen indicar que estamos perdiendo la guerra. La “educación emprendedora” funciona mal, lenta, tiene poco impacto, es costosa y derrocha muchos recursos. Si esto fuera “una empresa”, los accionistas reclamarían el cierre de esa línea de negocio para dedicar los recursos a algo más productivo.
No se trata de cambiar sólo de frente para atacar el problema: también tenemos que cambiar las armas y el conjunto de estrategias de la enseñanza del emprendedorismo y el aprendizaje del emprendimiento.
Es inútil seguir enfrentando a las visiones de los economistas para quienes “emprender” es crear empresas siguiendo una oportunidad para lograr beneficios, con las asunciones de los psicólogos conductistas que asumen al “ser emprendedor” como un conjunto de rasgos “estereotipados” y “replicables” de la personalidad de las personas capaces de vivir como desean hacerlo.
Si bien podemos “enseñar” a los estudiantes a ser autosuficientes, e iniciar su propio negocio —sinceramente creo que es un objetivo bastante fácil de pronunciar e intentar, sobre todo con el apoyo de una política coordinada entre la autoridad económica y la autoridad educativa— no estamos logrando esos resultados porque el tema no está instalado en la vocación de los docentes, ni pertenece a la cultura institucional de “la escuela”
La “formación emprendedora” es una cuestión diferente adentro que afuera de “la escuela”
Afuera es un reclamo, para la escuela es una “piedra adentro del zapato” porque no se identifica que la futura salida profesional de los estudiantes sea un problema concerniente a la calidad de la currícula o que los docentes asumen como una responsabilidad de su desempeño.
Los educadores y sus instituciones, en abrumadora mayoría, no se cuestionan qué harán sus estudiantes con lo que ellos les deben enseñar.
Durante mis 30 años vinculado a la “formación emprendedora”, he identificado muchas barreras personales y profesionales que impiden a los profesores estimular con eficacia comportamientos emprendedores entre sus estudiantes. De hecho, entre los principales obstáculos para proporcionar experiencias en la creación de empresas es la resistencia escolar a aceptar que se contamine “al aula” con el “mundo comercial”.
Es muy difícil cambiar el plan de estudios Cada vez es más aceptado el criterio que la efectiva “educación empresarial” se debe basar en experiencias del mundo real, no en las narraciones de los libros de texto. Pero los intentos por la estimulación de competencias emprendedoras siguen los mismo modelos didácticos con que se imparte la geografía o la historia en que se abordan los temas a través de libros de texto y, quizás, con algunos juegos de simulación de dudoso impacto formativo.
¿Por qué no cambiar el plan de estudios? Bueno… yo creo que no se sabe qué alternativa existe al layout “pupitre-pizarra”, a la relación jerárquica “alumno (sujeto sin luz)-docente (sujeto que ilumina)”, ni al paradigma “si esto no ha cambiado y ha funcionado durante 50 años, ¿por qué hacerlo justo ahora que estamos tan urgidos por solucionar la crisis?”.
La capacitación eficaz para emprender, además de impartir conocimientos y habilidades específicas para planificar y gestionar negocios, también debe transmitir una gama de valores y facilitar el desarrollo de un espíritu de lucha que abarca asumir riesgos (ponderados y moderados), disposición para aprender y recuperarse de los fracasos y, sobre todo, la estimulación de los activos intangibles personales como la curiosidad, el optimismo y la osadía para intentar construirse un destino propio.
Desafortunadamente, la mayoría de los profesores de escuela secundaria y de las Universidades en Iberoamérica no son las personas idóneas para transmitir, estimular y facilitar el desarrollo del espíritu emprendedor.
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Ahora, se suma un nuevo aspecto de todo este problema, la revulsiva evolución de las comunicaciones permiten saltar muchas etapas del clásico proceso del emprendizaje: desde detectar una oportunidad, imaginar una idea, pasar por la formulación de un plan, para asumir una iniciativa para emprender… Ahora se puede avanzar de una manera muy rápida, a nivel global, encontrando un nuevo conjunto de problemas y desafíos pero también de facilidades para expandirse y acercar clientes, proveedores, consejeros, socios y/o empleados.
En este contexto, la naturaleza cada vez más diversa de la “formación emprendedora” puede ayudar al estudiante emprendedor de tres maneras: a) mediante su conexión a una red internacional de contactos y asesores, b) prepararlos para las dificultades y oportunidades relacionados con el trato a través de diferentes culturas, y c) exponiéndolos a las diferentes maneras en que los negocios se hacen en todo el mundo.
Interesante el punto de vista de Véronique Bouchard, Profesora de Estrategia Emprendedora en la Escuela EMLYON, que marca la gran diferencia entre un empresario y un “trader loco”. Ella sostiene que hay que evitar dar rienda suelta a toda idea imprudente, pero sí a ayudar a identificar y facilitar el aprovechamiento de los recursos innovadores que están presentes en todos los negocios con potencial de éxito.
Esto significa la creación de un entorno que incite a las nuevas ideas y enfoques, pero que también se basa en el equilibrio de poderes. De esta manera una organización evitará el tipo de anarquía que se tradujo en la última etapa de los años de la “burbuja bancaria” con gente endeudándose “sin ton, ni son”. Y también eliminar la actitud de “emprender porque es cool”, o perder grandes talentos emprendedores porque muchos estudiantes tienen miedo de fracasar sin ver que el sabor de la inmovilidad es más amargo que el de fallar.
El corolario de todo esto es que, para ser realmente eficaz, las escuelas deberían no sólo “enseñar emprendedorismo” a sus estudiantes. Más importante es que comiencen modelando el espíritu emprendedor de su profesorado y también tienen que comenzar a educar a las empresas que recibirán el talento emprendedor de los estudiantes que egresan.
Es decir, una formación emprendedora exitosa es una solución a largo plazo, implica integrar a la escuela en el ecosistema regional y debe trabajar en tres direcciones: a) la estimulación emprendedora de los docentes, b) la formación emprendedora de los estudiantes y c) la articulación, integrada en su cadena de valor, del ecosistema regional con visión global.
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